viernes, 26 de abril de 2013

Última fila: Primera


Última fila: la peor música de mi vida

Durante mis años (largos diría un siútico, cortos un optimista, vividos un bohemio, sufridos un depresivo) de vida, he deseado muchas cosas. Ser músico, disco jockey, bloguero, tener tribuna. Cosas que, en promedio, no tengo idea cuánta gente quisiera ser. Pero sé que yo quise con todas mis ganas.
Nací a fines de los '80. Viví la época del nü metal con pasión, comprándome polerones Nike rojos como los de Fred Durst, vibrando con sus jockeys de los New York Yankees (años después, recién, aprendí que eran un equipo de baseball. Pendejo.), admirando esos horripilantes pelos con mucho gel de Mike Shinoda y Chestor Bennington, o los gritos espeluznantes de Jonathan Davis. Y cómo olvidar a la fuerza policial, aquellas épocas en las que rompíamos la calma, o simplemente nada (referencias a 2X, no sé si pioneros, pero sí mayores exponentes populares, del mencionado aggro). Buenos tiempos.
De aquellos años, muchos ampliamos nuestros horizontes musicales. Otros, descubrieron (tiempo después) el post-metal, el post-hardcore, el screamo, y qué se yo. Pero todos recordamos con cierto cariño los primeros discos de nuestros primeros años como metaleros.
El problema está en otro lado. El problema está en que, tanto como nosotros, nuestras bandas crecieron, y no evolucionaron (todas) como nosotros. No hablo de Korn y el Path to Totality, una mezcla exquisita de rap-core con dubstep -las participaciones especiales de Noisia, Skrillex y Kill the Noise son de lo más raro y más natural de este tiempo. Tampoco hablo de la lealtad con la que Deftones ha pasado los años.
No. Hablo de discos malos, sin sentido, sin pies ni cabeza. Discos que duele escuchar, cuando amaste tanto a una banda.
Discos como el Unquestionable truth, de Limp Bizkit.
Sabemos que Fred Durst es una diva del metal alternativo. Sabemos que sus peleas con Wes Borland son constantes y sonantes. Pero no sabíamos que el orgullo de una banda, y su férrea defensa de su antigua gloria, pueden ser patéticas.
The Unquestionable Truth es un disco que a mí, en lo personal, me gusta. Me gusta, porque es escuchar a Rage Against The Machine con el gordito Durst en el micrófono. Me gusta, porque el Chocolate Starfish es de mis preferidos, porque el Significant Other cambió mi vida. Pero no me gusta porque sea un buen disco.
Un disco conceptual, sin pies ni cabeza. Sin inicio ni conclusión. Sólo con algo que parece ser, o podría pasar, por crítica social. Riffs locos de guitarra o lo que esperaríamos de Wes Borland. Líneas de bajo más predominantes que antes, quizás de la onda de Re-arranged. Una cosa bien aggro, bien contestataria. John Otto, como siempre, impecable en la batería. DJ Lethal con un tema sólo de él (una cosa como Cure for the Itch). Es un disco bien armado. Es un disco con calidad musical, como el Significant Other. Pero es un disco que no se entiende. No tuvo difusión, no tuvo propaganda -y, oh ironía, la primera canción del disco es The propaganda. Y, cuenta la leyenda que Durst desafió a su sello con la siguiente frase: "no necesitamos publicitar un disco para venderlo". Y como el gordito no es particularmente un Rey Midas, probablemente usted, amable y cariñoso lector, no conozca este disco.
Y, si lo conoce, le pido disculpas de parte de Limp Bizkit: no quisieron hacer lo que hicieron.

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